domingo, 11 de septiembre de 2011

Torre de Babel

Estamos todos desesperados por volver a ser lo que fuimos, por ser lo que somos.
La desesperación surge cuando descubrimos lo evidente, no soy quien soy, soy propiedad de mi personalidad sobreviviente.
El motivo de mi vida no es desarrollar mis talentos, ni aspirar a la felicidad. El impulso vital es el éxito.
Defino éxito como la salida de un problema. El aliento alimentador es esconder un defecto, no desarrollar una capacidad.
Vivo para esconder un dolor, para defenderme de ese sufrimiento. Vivimos con miedo al rechazo al no aceptar lo que hay en nosotros.
Vivo imitando a los aceptados, duplicando a los triunfadores.
A mayor imitación, más crece la falsedad y la desesperación se vuelve rutina. A mayor plagio, el alejamiento del centro de cada cual aumenta de manera proporcional al odio que me tengo por no ser quien soy, por no ser quien quiero ser, porque olvidé quien soy.
La huida del ser nos aproxima al animal, al reptil. Es el instante que la vida se pone patas para arriba, el cuerpo mental se pone a las órdenes del reptil. La competencia domina nuestras vidas.
En medio de esta catástrofe personal, cada vez somos más animales, no podemos abandonar ni rebelarnos contra nuestra bestia interna, no nos conviene, nuestra supervivencia depende de adaptarnos al medio. Y el medio es la selva.
Las dos voluntades -humana y animal- se encuentran en un desacuerdo polar irreconciliable. Los dos saberes, las dos seguridades, los dos señores, la serpiente y la esencia, cada uno en su trinchera frente a un enemigo invisible o inexistente. Las dos promesas de inmortalidad frente a la ausencia de vida, disputándose un trofeo que avergüenza a la evolución.
Estos desacuerdos personales, que se traducen en desacuerdos sociales, nos tienen viviendo en el desierto, la selva o la ciudad, pero no en el jardín.
Desierto, no sucede nada. Pasividad inmóvil.
Selva donde todo nace y crece sin control ni orientación. Anarquía. Vida sin control, sin valores.
Ciudad, nada crece ni nace por sí mismo, todo lo que ocurre es hecho por un genio orientador. Todo regulado. Sólo el hombre dormido.
Jardín, donde hay cooperación y equilibrio entre el espíritu y la naturaleza. Donde los prójimos viven en paz y armonía.
La tarea es cultivar el jardín, esto es mantener el mundo en un estado de cooperación y equilibrio entre espíritu y naturaleza. Trabajar y dejar crecer; pensar y dejar que el pensamiento madure. Cultivar y guardar.
Al traicionarnos a nosotros mismos, creamos las guerras, olvidamos la hermandad.
Para remediar esta traición con acercamos a jerarquías caídas, lo que avergüenza al desarrollo al embarcarnos en un crecimiento suicida.
Nos unimos unos a otros para pelear con los otros unidos. Cada grupo pretende, desesperadamente, construir algo que los lleve al cielo, al padre. Y ahí, cada uno habla su propio lenguaje creyéndolo el salvador.
Lo único por probar es la hermandad.
El fracaso ya probado es la construcción de máquinas o sistemas filosóficos.

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